Para una verdadera cruzada contra el hambre: propuestas desde la perspectiva de un país megadiverso - Alianza por la Salud Alimentaria

Para una verdadera cruzada contra el hambre: propuestas desde la perspectiva de un país megadiverso

  • Una verdadera cruzada nacional contra el hambre en México comprendería un esfuerzo tanto educativo, para promover el valor de los alimentos locales, como productivo, para fomentar el cultivo de plantas alimenticias tradicionales de las milpas y los huertos.
  • Japón y Francia están tomando como eje de su política de combate a la obesidad la revaloración de la alimentación tradicional.

IdentidadAlimentariaMexicana568
 

Catarina Illsley Granich* | 1 de junio, 2013. Es sabido que nuestro país atraviesa por una crisis de malnutrición en la cual la desnutrición convive con la obesidad. ¿Podría implementarse una verdadera cruzada, y no contra el hambre sino contra la malnutrición? ¿México cuenta con recursos para contrarrestar esa crisis sin establecer alianzas con corporaciones transnacionales que buscan expandir sus mercados e inundarnos de alimentos chatarra que sólo incrementarán el problema?

Sí es posible enfrentar la malnutrición, y para hacerlo México cuenta con un gran acervo de recursos propios, de diversidad y riqueza invaluables, pero muchos de ellos han sido soslayados y son invisibles para los tomadores de decisiones y, lo que es peor, algunos están en peligro de perderse para siempre. Me refiero, por supuesto, a todos los alimentos de origen vegetal y animal conocidos y empleados por los pueblos indígenas y las comunidades campesinas de nuestro país.

LogoGeaNo es común que tengamos presente que los granos, las frutas y las verduras que comemos hoy en día no siempre existieron en la forma en que los conocemos, ni que la paciente selección realizada por grupos étnicos de diferentes regiones del mundo los ha venido transformando. Por ejemplo, el antecesor del maíz es un pasto con una espiga compuesta por 8-10 granos que se caen espontáneamente, muy alejada de la mazorca de muchas decenas de granos que dependen de la mano humana para desprenderse del enorme raquis, germinar y dar origen a nuevas matas de maíz.

Y quizás nos sorprenda más enterarnos de que este trascendente proceso de domesticación aún continúa en las regiones indígenas y campesinas de México: numerosas plantas, conocidas y empleadas en comunidades rurales, están pasando de ser silvestres a cultivadas.

Investigadores del Jardín Botánico de la UNAM calculan que en los diferentes ecosistemas de nuestro país hay más de 1,000 especies vegetales utilizadas con fines alimenticios, entre hierbas, arbustos, árboles, hongos; entre silvestres, semicultivadas y cultivadas.

¿Qué relevancia tiene esto para quienes no somos indígenas ni campesinos? ¿Cuál es el sentido de visibilizar y rescatar alimentos que sólo comen los más pobres entre los pobres? Su importancia estriba en que muchos de ellos pueden tener un enorme potencial para enfrentar la actual crisis de malnutrición. Tomo como ejemplo la alegría y las chías. Actualmente todos las conocemos, nadie duda de su enorme valor nutricional y son consumidas en el mundo entero, pero hace 30 años no se les conocía fuera de las comunidades indígenas que las salvaron de la extinción a que fueron condenadas por los conquistadores españoles gracias a que las siguieron cultivando en pequeña escala y en muchos casos en la clandestinidad.

Un estudio realizado en 2012 por Gabriela Martínez, también de la UNAM, en comunidades nahuas del municipio de Ahuacuotzingo, Guerrero, enlistó 82 productos alimentarios cultivados y recolectados localmente.

Este sistema alimentario local incluye al menos 7 variedades de maíz (blanco, amarillo, negro, pinto, colorado, morado y mejorado o híbrido), 9 de frijol (criollo colorado, negro, apalete y pataxte, entre otras), 21 verduras (calabazas tamalayota, huizayota, pipiana y pachayota; cuatomate; nanacate; chiltepín; rábanos; nopales; jitomate; col; chayote; ejotes…), 30 frutas (ciruelas, ilanas, nanches, guanábanas, aguacate criollo, cajeles, moraditos, huicones, guamúchil, mangos, nísperos, zapote blanco, cocos, toronjas, limas, limón, mandarina, papaya, melón, tuna, tamarindo, mamey, guayaba y otras), al menos 4 flores comestibles y 6 hierbas de olor.

Entre las verduras se encuentran por supuesto los quelites, nombre genérico para una amplia gama de plantas que no son cultivadas sino propiciadas y recolectadas en las milpas, los solares, el monte y las veredas, todas ellas riquísimas en vitaminas, minerales, proteínas y antioxidantes según estudios de la UNAM y el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición.

En las mesas de estas comunidades nunca faltan los frescos pápalos, las pipitzas y los guajes, principalmente, ni el cilantro y el yepaquelite.

Para los guisos, las ensaladas y los caldos están el chipile, el huauzontle, la escobita, el tepalcax, el copaquelite, el guaquelite, el topalquelite, el tlalahuacate, la verdolaga…

El yepaquelite, uno de los pocos quelites que se dan en árbol, es una leguminosa con un altísimo contenido de proteínas: 39% del peso de la planta seca y preparada. Se come también en caldo, tamales, quesadillas y albóndigas.

Claro, hay muchas otras investigaciones que muestran la diversidad específica del sistema alimentario de cada región y de cada uno de los 60 grupos étnicos que habitan el territorio nacional.

¿Por qué hay desnutrición en las comunidades indígenas y campesinas cuando se cuenta con tantos recursos?

Una de las causas principales es que muchos de los alimentos tradicionales de alto valor nutricional están culturalmente devaluados, son considerados “comida de pobre” incluso en las propias comunidades.

En cambio, beber refrescos y consumir productos industrializados que se adquieren en las tiendas son factores de prestigio porque reflejan capacidad de compra y adecuación a lo socialmente visto como “moderno”.

En este giro cultural, PepsiCo y Nestlé, como muchas otras transnacionales alimentarias, han jugado un papel central mediante las omnipresentes y permanentes campañas publicitarias de sus mercancías. El dinero que ingresa por las remesas y los programas de gobierno, como Oportunidades, es empleado en su mayor parte para comprar alimentos industrializados.

El estudio realizado por Gabriela Martínez indica también que 48% de los alimentos consumidos por las familias provienen de fuera de la comunidad, lo cual es alarmante pues los ingresos de estas familias son escasos.

Los principales alimentos foráneos son el azúcar, el jitomate saladette, el chile serrano, el pollo de granja, la sopa de pasta, la leche, el arroz, los refrescos y jugos artificiales, el pan y las sopas Maruchan, que van desplazando a los nutritivos alimentos locales.

La merma en la agrobiodiversidad no sólo es una cuestión cultural, sino que también obedece a la introducción de agrotóxicos y a cambios en las formas de producción. La aplicación de herbicidas en las milpas ha disminuido en gran medida la presencia de varios quelites, que mueren con esos venenos.

El consumo de mieles silvestres ha menguado fuertemente por la mortandad de abejas meliponas a resultas de las fumigaciones contra el paludismo.

Debido a la migración estacional de familias enteras y, sobre todo, a la emigración permanente de jóvenes, no se transmiten todos los conocimientos agrícolas ni hay un relevo suficiente de los adultos en las actividades del campo, algunas de las cuales se están abandonando.

Ante tal panorama, una verdadera campaña nacional contra el hambre empezaría con un gran esfuerzo tanto educativo, para promover en toda la sociedad mexicana el reconocimiento y la valoración de los alimentos locales, como productivo, para fomentar el cultivo de plantas alimenticias tradicionales de las milpas y los huertos, sin olvidar las que están desapareciendo.

Este empeño incluiría el reconocimiento de la capacidad de las familias y las comunidades rurales para autoabastecerse y, por supuesto, de su papel como custodias de la agrobiodiversidad.

También comprendería la apertura de canales de comercialización de los productos locales y regionales a los mercados y supermercados nacionales, así como la difusión de las formas de prepararlos para favorecer su mayor disfrute.

Asimismo se requeriría el apoyo de las instituciones académicas para investigar aquellas especies que aún no cuentan con estudios y divulgar los reportes de las que ya han sido analizadas.

Japón y Francia están tomando como eje de su política de combate a la obesidad la revaloración de la alimentación tradicional. Mucho podríamos aprender de sus experiencias contando México con una gastronomía que también ha sido reconocida como Patrimonio de la Humanidad.

____________________________

* Catarina Illsley Granich, coordinadora del Programa de Manejo Campesino de Recursos Naturales del GEA, ha escrito un amplio artículo sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre señalando la omisión en sus acciones de los numerosos alimentos disponibles en el medio rural mexicano y proponiendo incluir en esa iniciativa gubernamental la consideración de los recursos, las capacidades y las aspiraciones de las comunidades campesinas e indígenas de nuestro país. Esta es una versión abreviada de su texto preparado para La Jornada del Campo.

Fuente: geaac.org/index.php?option=com_content&view=article&id=504%3Apara-una-verdadera-cruzada-contra-el-hambre-propuestas-desde-la-perspectiva-de-un-pais-megadiverso&catid=1%3Alatest-news&Itemid=1

comments powered by Disqus