Publicidad, expendios, programas públicos… un sistema alimentario perverso que nos enferma - Alianza por la Salud Alimentaria

Publicidad, expendios, programas públicos… un sistema alimentario perverso que nos enferma

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Julieta Ponce, Abelardo Ávila y Xaviera Cabada. Foro Nacional para la Construcción de la Política Alimentaria y Nutricional (Fonan) | La Jornada del Campo | México, D.F. 16 de febrero, 2013. Con 48 millones de adultos con obesidad o sobrepeso, México se ubica en el segundo lugar mundial en este padecimiento, el cual va de la mano de la diabetes, hipertensión, cánceres de diversos tipos, cardiopatías y otras enfermedades crónicas. El problema, que también afecta mucho y particularmente a los niños, y que además es paralelo a la prevalencia de la desnutrición infantil, no debiera calificarse de daño colateral o fortuito; es el saldo de un sistema complejo, de múltiples vertientes identificables, presentes desde el plano de la producción agrícola hasta el del paladar del consumidor.

Estamos hablando del modelo de sistema alimentario que impera en México desde mediados de los años 80, y que involucra políticas públicas que desdeñan a la pequeña agricultura y que desestimulan el esquema —exitoso en otros países como Brasil– de producción local para el consumo local.

Un sistema que implica también exenciones fiscales a la gran agroindustria y al mercadeo de productos chatarra; desplazamiento de mercados públicos por tiendas de autoservicio o de “conveniencia”; “secuestro del paladar” de la población desde la primera infancia, al inducir el consumo de fórmulas lácteas azucaradas, así como la promoción de suplementos para bebés con altas cantidades de azúcar (el paquete denominado “Nutrisano”) en lugar de la lactancia materna; publicidad engañosa que envuelve a los consumidores en la preferencia de productos con apariencia o envoltura atractiva pero altamente calóricos y con fuertes contenidos de sal, azúcar y grasa saturada, mismos que en muchos casos viajan largos trayectos y son procesados en extremo para garantizar una vida de anaquel prolongada, aun con el sacrificio de propiedades nutricionales y con la adición de ingredientes potencialmente nocivos.

Es evidente entonces que el problema no se trata sólo de una cuestión individual o familiar, de optar o no por un menú de alimentos saludables, sino es todo un sistema que está propiciando destrucción de la comunidad agrícola y de la producción tradicional, pobreza rural, daño ambiental y patrones de consumo donde lo que pagan las personas no es el alimento fundamentalmente, sino es, en su mayor proporción, ilusiones publicitarias y “valor erosivo” que destruye ambiente, salud y economía, y que entra en la lógica de un modelo de concentración de riquezas.

Pero, cuidado. El asunto exige soluciones prontas. La obesidad, el sobrepeso y las enfermedades asociadas están generando costos de toda índole (anímica, social, familiar, laboral, monetaria, de finanzas públicas, etcétera), pues los enfermos muchas veces están incapacitados para trabajar y devienen cargas para sus parientes; implican jubilaciones tempranas o despidos, son pacientes permanentes –y costosos– del Seguro Social, del ISSSTE o de otras instituciones en caso de que cuenten con seguridad social, y son personas que arrastran en su depresión a quienes los acompañan. Tan sólo en términos económicos, la Secretaría de Salud ha dicho que en 2011 la obesidad y el sobrepeso generaron costos indirectos por $23,000 millones de pesos y con la tendencia actual en los próximos 10 años la cifra podría llegar a $150,000 millones anuales.

Hay una numeraria que ilustra la situación. Aquí algunos datos:

–La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 (Ensanut 2012) informa que la incidencia de la diabetes aumentó 30% entre 2006 y 2012; la diabetes fue la principal causa de muerte en México en 2012, y hay más de 13 millones personas diabéticas, aunque sólo la mitad están diagnosticadas y en tratamiento.

Entre 2006 y 2012, el índice de lactancia materna registró a nivel nacional una caída, al pasar de 22.3 a 14.5%, principalmente por la introducción temprana de fórmulas lácteas y el consumo de agua. En el medio rural la caída fue más agresiva, pasó de 36.9 a 18.5%, según la Ensanut 2012.

–La dependencia de importaciones de granos y oleaginosas rebasa el 40%, y el consumo de productos locales, propicios para la genética y buena nutrición del mexicano, va en descenso (por ejemplo, en 1980 el consumo per cápita de frijol era de 18 kilos anuales y aportaba el 12% de la energía de la población mexicana y el 11% de las proteínas; hoy día cada persona consume al año sólo 10 kilos de la leguminosa y obtiene de ella menos de 7% de su energía y 6% de proteínas).

México es líder en el consumo per cápita de refrescos del mundo, que llega a 163 litros al año, arriba de los 113 litros del otrora puntero, Estados Unidos. Ello tiene que ver con la presentación de estas bebidas (hasta principios de los 80 los refrescos se expendían en botellas de vidrio reutilizables y la de mayor capacidad era de 769 mililitros, misma que se usaba para consumo familiar ocasional). Ahora son más accesibles: vienen en envases desechables de PET (polietileno tereftalato) con 600 mililitros, un litro, litro y medio, dos o hasta tres litros. El alto consumo de refrescos se debe también a la publicidad engañosa. Por ejemplo, ante señalamientos críticos de que los refrescos son una de las principales causas de la obesidad, la industria refresquera publicó un desplegado donde dice que la aportación calórica de estas bebidas representa sólo 5.2% de la dieta promedio del mexicano. Lo que no dicen es que este nivel de consumo rebasa por sí solo el admisible de aportación de azúcares simples en una dieta saludable. En todo caso habría que advertir enfáticamente que el consumo de refresco implica que no debiera consumirse ningún otro alimento que contuviera azúcar añadida. Información del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) indica que la ingesta de refrescos está relacionada con 30% de la carga de enfermedad de los mexicanos. También, de acuerdo con el INSP, en 2006 se vio que 12% de la energía total de los preescolares proviene de refrescos; principalmente de cola.

–El 70% de los hogares mexicanos manifiestan algún grado de inseguridad alimentaria, según la Ensanut 2012.

El actual sistema alimentario –que, hoy vemos, representa una gran tragedia nacional– surgió luego de cambios drásticos en políticas públicas, donde evidentemente la agricultura ha jugado un papel principal: a partir de la década de los 60 México comenzó a perder autosuficiencia en sus cultivos básicos y comenzaron las importaciones, aunque entonces controladas por el Estado; en 1965 y 1974 se observaron momentos críticos de bajones importantes de la producción nacional, y el resultado en 1974 fue de un aumento en la mortalidad infantil: aproximadamente 120,000 niños murieron ese año por enfermedades asociadas a la desnutrición y diarreicas. Hubo entonces una respuesta de Estado, se creó el Programa Nacional de Alimentación. Luego en 1978 y 1979 se registraron años agrícolas malos acompañados de crisis devaluatorias, y fue cuando el Estado lanzó el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) y se elevaron sustancialmente el financiamiento y la producción del campo. Hubo entonces un aumento en el consumo calórico de los mexicanos: de 1976 a 1980 pasó de 2,600 kilocalorías per cápita al año a 3,000, fundamentalmente con alimentos de la dieta tradicional mexicana.

Sin embargo, el SAM duró muy poco, lo mismo que la ilusión del boom petrolero, y entonces concluyó el modelo estatista (subsidios, control de precios, sustitución de importaciones y participación del Estado en la producción y en toda la cadena de valor de los alimentos). Fue entonces que se dio paso al actual sistema, y las kilocalorías de consumo per cápita se han mantenido en el rango de 3,000 a 3,200, pero ahora están compuestas predominantemente por harinas refinadas, carne, azúcar y un sinfín de productos chatarra. Este periodo coincide con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando los supermercados y tiendas de conveniencia comenzaron su expansión en México.

En este contexto es que se ha manipulado el concepto de la alimentación y de lo que se paga por ella. El mercado de las botanas, que crece rápidamente a escala mundial, nos ofrece valores pervertidos; por ejemplo, bolsitas de papas fritas, donde el valor de la papa es 1 o 2%, y el mayor porcentaje corresponde al costo por las estrategias que se utilizan para engañar al consumidor. Esto es, uno tiene que pagar las balas con que nos fusilan; debemos pagar el veneno y la publicidad. Datos publicados recientemente con la fuente de Euromonitor Internacional señalan que entre 2007 y 2012 el mercado de botanas en México creció en 15% al pasar de 2,731 millones de dólares a 3,143 millones, y el consumo per cápita pasó en el mismo periodo de 25.8 a 28 kilos.
Un fenómeno que se observa es el de la “oxxización” del mercadeo alimentario. Al tiempo que, tanto en el medio urbano como en el rural, ha disminuido la presencia de mercados públicos –donde los productos frescos predominan y donde hay un menor intermediarismo–, tienden a ganar terreno las tiendas de autoservicio y de conveniencia, donde la oferta alimentaria es fundamentalmente industrializada y de perecederos de importación o de proveedores mexicanos de grandes proporciones.

Datos de la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD) muestran que ésta se integra por 103 cadenas comerciales (37 de autoservicio, 18 departamentales y 48 especializadas) que en su conjunto suman más de 30,000 tiendas con 22.2 millones de metros cuadrados de superficie de venta. En 2012 registraron ventas por casi $100,000 millones de pesos, y de éstas 54% corresponden a productos de supermercado (abarrotes y perecederos).

En particular, la cadena de tiendas de conveniencia Oxxo (que suma 10,167 establecimientos en todo el país, propiedad de FEMSA Coca-Cola) reportó un crecimiento anual, en 2012, de 26% en sus utilidades operativas, que sumaron $1,388 millones de pesos. Al igual que las demás llamadas de conveniencia, minisúper o tiendas exprés, estas Oxxo –que hoy día tienen planes para aumentar su presencia en el medio rural, en localidades de menos de 2,500 habitantes– están más enfocadas a los alimentos que las demás de la membrecía de ANTAD, y son las que más crecen.

El boom de la venta de alimentos por la vía de este tipo de tiendas no es casual. Tienen mecanismos fiscales y subsidios a la electricidad que lo facilitan. Los Oxxos son instaladas prácticamente a costo cero, con exenciones fiscales que logra Coca-Cola, y que además le permiten inundar con publicidad el panorama, incluso el rural. Cuando uno visita Polhó, en el municipio zapatista de Chenalhó, lo primero que ve es el espectacular de la refresquera que anuncia la llegada al pueblo al mismo tiempo que promueve la “chispa de la vida” y ofrece: “destapa la felicidad”. Y ya adentro de Polhó, como de muchas otras localidades del país, se observan casas habitación transformadas en pequeñas misceláneas o fondas, donde el refrigerador, los manteles y las fachadas cuentan con la marca de Coca-Cola, o de Pepsi-Cola, o de cualquier otro refresco. Hay una inundación del panorama con estas marcas, y los niños crecen mirando esta publicidad.

Los propios programas públicos inducen al consumo alimentario inadecuado. En comunidades paupérrimas, uno puede observar: cuando beneficiarios de Oportunidades reciben su apoyo bimestral, todo el entorno se ve invadido de baratijas y productos chatarra. Ese día de recepción del apoyo económico, las mujeres compran sopas Maruchan y refrescos para toda la familia, pues asumen ese consumo como una cuestión de estatus. Se percibe que los productos industrializados son sinónimo de bienestar o de ascenso social. En esta visión se inscriben aberraciones tales como escenas en que ganaderos de pequeña escala salen a rematar su leche bronca para luego usar el dinero en la compra de leche en tetrapak, porque, dicen, es la que les gusta a sus hijos. O el uso de biberón para dar refresco a bebés. Se observa también que, con la recepción del paquete “Nutrisano” de papillas azucaradas para los bebés dentro de Oportunidades —papillas que además de contener elevadas cantidades de endulzantes incluyen colorantes sintéticos amarillo 5 (tartrazina) y amarillo 6 (amarillo ocaso) que se han asociado a cambios en la conducta como hiperactividad y déficit de atención en niños— las mamás dejan dar el pecho a los bebés confiadas en que los suplementos que se les proporcionan para ofrecer a sus infantes son adecuados.

El sistema agroalimentario está muy articulado, y se ha ido reforzando en la medida que sólo las partes y no el todo se ven como problema. Las industrias proveedoras de refrescos, pastelitos, sopas en cartón, etcétera, reconocen implícitamente que su oferta es nociva para la salud, pero ofrecen a cambio “líneas saludables”, como el pan integral o las sodas light, o presentaciones de gramaje menor en las escuelas, que sin embargo siguen siendo una porquería que destruye lo que tendría que ser la base de la alimentación, que es justamente la producción agrícola local para el consumo local.

Es importante saber qué es lo que se tiene de oferta y cuál es la accesibilidad monetaria de la gente. Según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), hay más de 170,000 compañías registradas en México bajo la clasificación de procesamiento y manufactura de alimentos y bebidas, y de acuerdo con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), este sector crece a una tasa de 2% anual y su valor al año es de 66,000 millones de dólares. El USDA reporta que en este mercado ganan cada vez más espacio los productos con valor agregado (industrializados), listos para el consumo, debido al hecho de que muchas mujeres mexicanas trabajan fuera del hogar y tienen menos tiempo para cocinar. Se está adoptando un estilo de consumo “europeo”, dice en su reporte anual Guía de exportación a México 2012.

El llamado ambiente obesigénico, con un predominio de oferta alimentaria poco sana –que paradójicamente se observa más en el medio rural que en el urbano–, con productos chatarra, con publicidad penetrante, con envolturas atractivas, y con el secuestro del paladar desde la infancia (con el biberón con Coca-Cola y con fórmulas lácteas en lugar del amamantamiento), ha colocado a la población en una situación donde industria y gobierno responsabilizan a la persona en lo individual de inclinarse por tal o cual tipo de alimentación, y la responsabilizan también de su gordura, de su obesidad. Le piden incluso que “se mueva”, que haga ejercicio. Se está culpando a la víctima de su enfermedad.

El retorno a la alimentación saludable sólo podrá darse en la medida que se cambie el paradigma, que se reconstruya el sistema alimentario a partir de políticas públicas que impulsen la producción local, con subsidios, con mecanismos de protección; que promuevan el consumo de frijol, maíz, quelites, de frutas y verduras. Y todo esto lo debe hacer definitivamente el Estado.

Fuente: www.jornada.unam.mx/2013/02/16/cam-publicidad.html

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