Comemos mucho, mal, caro y poco amigable con el planeta. ¿Qué hacer?
Por: Fiorella Espinosa (@FioEdeC) de El Poder del Consumidor | @elpoderdelc
28 de febrero, 2017. En los últimos años, la forma de comer en el mundo ha cambiado. La urbanización, la globalización, el crecimiento poblacional, entre otros, han permitido justificar que el mundo necesita más alimentos, cuando en realidad la cantidad no constituye en sí el verdadero problema.
En su visita a nuestro país, la doctora Jessica Fanzo, destacada experta en temas de nutrición y sistemas alimentarios de la Universidad de Johns Hopkins, nos recordó lo que anda mal con nuestra forma de comer: hay mucha comida disponible (más calorías de las necesarias), pero la mayoría es de mala calidad (alimentos muy procesados altos en azúcares, grasas y sodio). Esto ocurre en un contexto en el que la comida saludable en conjunto tiende a ser más cara que la no saludable, y en el que la producción de algunos alimentos no es amigable con el medio ambiente.
En concreto, comemos más procesado y más alimentos de origen animal, dejando a los vegetales en segundo o tercer plano. De acuerdo con las fuentes citadas por la doctora Fanzo, la producción de carne de res es la que más le cuesta al planeta, ya que para producir únicamente un kilo de carne se necesitan más de 6 litros de agua, además de que esta carne contribuye al 55% del total de emisiones de gases de efecto invernadero generadas por todos los tipos de ganado. De igual forma, los granos como el maíz y trigo se utilizan para hacer jarabes o harinas refinadas para manufacturar una gran variedad de bebidas azucaradas, botanas, pastelillos, galletas, etcétera.
¿Quiénes pueden generar el cambio y lograr que el mundo coma bien en beneficio de la salud, el medio ambiente e incluso de la justicia social?
Si bien muchas de las acciones propuestas por los expertos como la doctora Fanzo están en manos del gobierno y de las industrias involucradas en la producción, distribución y comercialización de alimentos, el consumidor juega un papel importante si se toma en cuenta la “ley de la oferta y la demanda”.
Consideramos que ante un panorama un tanto sombrío, esta es una buena oportunidad para preguntarnos cómo o a partir de qué seleccionamos nuestros alimentos y hacerlo en forma un poco más consciente.
Generalmente, el precio y el sabor de los alimentos son los principales determinantes de nuestra elección y pocas veces nos ponemos a pensar en aspectos éticos o si el producto es amigable o no con el planeta.
En realidad lograr una elección que satisfaga todos estos puntos puede ser más fácil de lo que parece, y aquí mostramos algunas recomendaciones para llevarlo a cabo:
1) Todo empieza en el lugar donde realizamos nuestras compras. Si elegimos mercados o tianguis, donde se venden alimentos de producción regional o local, es más probable que el alimento, fresco o envasado primero sea más saludable al contener una menor cantidad de aditivos, conservadores, colorantes, etc.
Además, se tiene la ventaja de dialogar con el productor directamente o el intermediario que probablemente tiene relación directa con el productor y puede informar sobre la forma en que se cultivó o produjo el alimento.
2) Consume carne de res 1 o 2 veces por semana como máximo. La intención no es llevar una alimentación vegetariana, esa es una elección muy personal pero sí reducir el consumo de carne, la cual en algunas personas es muy alta, hasta el punto de consumirla diario y varias veces al día.
3) Las redes sociales se han vuelto una herramienta importante para las demandas ciudadanas. No estamos acostumbrados a exigir calidad, menos a las grandes empresas que nos venden sus productos con las mejores campañas publicitarias que nos llegan a convencer de que su nueva línea saludable realmente lo es.
Sin embargo, hoy en día, tenemos un mayor acceso a la información y podemos saber que hay colorantes que dañan la salud y exigir que estos sean retirados del mercado. O, por ejemplo, también podemos saber que hay marcas de cereales de caja que en nuestro país contienen más azúcar que en otros países sin que exista una justificación razonable.
Hoy más que nunca los consumidores tenemos el poder de lograr un cambio en la forma en que se producen, distribuyen, comercializan y consumen los alimentos, dejando el mejor legado para las generaciones futuras: salud para todas las personas y para el planeta.